Este blog es un medio de comunicación entre estudiantes y docentes de Teoría de la Arquitectura y Urbanismo II.
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8.4.12

Textos para Mapa Conceptual 1er sem 2012


Aquí se publican los textos para la elaboración del ejercicio a realizar en los grupos prácticos del primer semestre de 2012.
Se propone analizar críticamente uno de los textos propuestos por la Cátedra con el objetivo de desarrollar un mapa de ideas a partir del mismo. El trabajo consistirá en elaborar un documento escrito donde se desarrollará el análisis, de un máximo de 2 carillas (A4, interlineado simple, Arial 11), más una carilla A3 para un “mapa” que grafique conceptos, autores, temas y relaciones.
El mapa de conceptos es una descripción crítica de la manera en que las ideas en torno al Urbanismo se despliegan y desarrollan. No pretende ser una secuencia histórica omnicomprensiva, sino un esquema de ideas relacionadas ya sea por el debate teórico, tanto como por la realización práctica.
Las ideas urbanísticas no son ideas aisladas que surgen de inquietudes personales, sino que refieren, más o menos directamente, a la cultura de la época y a las problematizaciones específicas que una sociedad se plantea. A su vez el debate sobre ideas y teorías, evoluciona en el tiempo, dando lugar a ideas contrapuestas y/o complementarias, las cuales alimentan el discurso de la disciplina. La construcción de teoría supone la acumulación de ideas, su interrelación y la incorporación a un cuerpo de conocimientos que crece progresivamente con los aportes de cada generación.
El objetivo del ejercicio, consiste en una construcción teórica, en rastrear posibles secuencias de debate y develar la trama de las relaciones establecidas en el pensamiento urbanístico a partir de uno de los siguientes textos:



SOBREMODERNIDAD. DEL MUNDO DE HOY AL MUNDO DE MAÑANA.
MARC AUGÉ
La noción de sobremodernidad
(…)
El exceso de información nos da la sensación de que la historia se acelera. Cada día somos informados de lo que pasa en los cuatro rincones del mundo. Naturalmente esta información siempre es parcial y quizá tendenciosa: pero, junto a la evidencia de que un acontecimiento lejano puede tener consecuencias para nosotros, nos refuerza cada día el sentimiento de estar dentro de la historia, o más exactamente, de tenerla pisándonos los talones, para volver a ser alcanzados por ella durante el noticiero de las ocho o durante las noticias de la mañana.
El corolario a esta superabundancia de información es evidentemente nuestra capacidad de olvidar, necesaria sin duda para nuestra salud y para evitar los efectos de saturación que hasta los ordenadores conocen, pero que da como resultado un ritmo sincopado a la historia. Tal acontecimiento que había llamado nuestra atención durante algunos días, desaparece de repente de nuestras pantallas, luego de nuestras memorias, hasta el día que resurge de golpe por razones que se nos escapan un poco y que se nos exponen rápidamente. Un cierto número de acontecimientos tiene así una existencia eclíptica, olvidados, familiares y sorprendentes a la vez, tal como la guerra del Golfo, la crisis irlandesa, los atentados en el país vasco o las matanzas en Argelia. No sabemos muy bien por donde vamos, pero vamos y cada vez más rápido.
La velocidad de los medios de transporte y el desarrollo de las tecnologías de comunicación nos dan la sensación que el planeta se encoge. La aparición del cyberespacio marca la prioridad del tiempo sobre el espacio. Estamos en la edad de la inmediatez y de lo instantáneo. La comunicación se produce a la velocidad de la luz. Así, pues, nuestro dominio del tiempo reduce nuestro espacio. Nuestro "pequeño mundo" basta apenas para la expansión de las grandes empresas económicas, y el planeta se convierte de forma relativamente natural en un desafío de todos los intentos "imperiales".
El urbanista y filósofo Paul Virilio, en muchos de sus libros, se preocupó por las amenazas que podían pesar sobre la democracia, en razón de la ubicuidad y la instantaneidad con las que se caracteriza el cyberespacio. Él sugiere que algunas grandes ciudades internacionales, algunas grandes empresas interconectadas, dentro de poco, podrán decidir el porvenir del mundo. Sin necesariamente llevar tan lejos el pesimismo, podemos ser sensibles al hecho de que en el ámbito político también los episodios locales son presentados cada vez más como asuntos "internos", que eventualmente competen al "derecho de injerencia". Queda claro que el estrecha-miento del planeta (consecuencia del desarrollo de los medios de transporte, de las comunicaciones y de la industria espacial) hace cada día más creíble (y a los ojos de los más poderosos más seductora) la idea de un gobierno mundial. El Mundo Diplomático del mes pasado comentaba, bajo la pluma, por cierto muy crítica de un profesor americano de la universidad de San Diego, las perspectivas para el siglo que viene trazadas por David Rothkopf, director del gabinete de consultorías de Henri Kissinger. Las palabras de David Rothkopf en el diario Foreign Policy hablan por sí mismas:
"Compete al interés económico y político de los Estado Unidos el vigilar que si el mundo opta por un idioma único, éste sea el inglés; que si se orienta hacía normas comunes tratándose de comunicación, de seguridad o de calidad, sean bajo las normas americanas; que si las distintas partes se unen a través de la televisión, la radio y la música, sean con programas americanos; y que, si se elaboran valores comunes, estos sean valores en los cuales los americanos se reconozcan". En realidad, no hay aquí nada de extraordinario ya que las tentaciones imperiales no fechan de hoy ni incluso de ayer, pero el hecho notable es que el dominio imaginado ahora es planetario y que los medios de comunicación constituyen su arma principal.

LA CIUDAD
MASSIMO CACCIARI
El advenimiento de la metrópoli
¿Pero podemos aún hablar hoy de ciudad? Quizás en Italia es posible todavía en algún caso, como, por ejem­plo, Florencia; pero en los casos de Milán, Roma, Nápoles y Palermo se hace difícil. La metrópoli de la antigüedad tardía, Roma mobilis, la Urbs que delira a partir de su surco, tiene muchos rasgos en común con lo que voy a decir. La historia europea de las ciudades hasta la época barroca mos­trará una ciudad que, sin embargo, se parece de algún modo a aquella que aparece descrita en el fresco Alegoría del buen gobierno del palacio de Siena, obra de Ambrogio Lorenzetti: una ciudad donde el elemento de comunión y de comuni­cación está presente más allá del "aura" mítico con la que se representa (seguramente en aquella ciudad había conflictos debidos generalmente a la cercanía como factor de enemis­tad). Esa ciudad fue destruida por el ímpetu conjunto de industria y mercado, y de este modo aparece la metrópoli, la Groβstadt, dominada por las dos "figuras" clave, los dos "cuerpos" que la regulan: la industria y el mercado.
Al igual que en las ciudades medievales lo era la cate­dral y el palacio de gobierno o el palacio del pueblo, en la ciudad moderna las presencias clave son los lugares de producción y los de intercambio. Todo se articula alrede­dor de ellos como factores capaces de conferir significación simbólica al conjunto, pero, al mismo tiempo, la ciudad se organiza y se regula en torno a estos momentos; en torno a ellos se constituye una urbanística, se elaboran interven­ciones programáticas alrededor de estos factores domi­nantes que permiten la solución de la "ecuación" en tanto que "valores conocidos". De hecho, se sabe que la indus­tria tiene determinadas exigencias de ubicación, comporta determinadas funciones, de vivienda en primer lugar, a las que hay que dar cobijo mediante un determinado tipo de edificio. De este modo, el espacio se organiza alrededor de estos cuerpos relativamente notorios, rígidos y fijos. En física se llamarían "cuerpos galileanos" de referencia, y la metáfora no resulta extemporánea, puesto que el propio Albert Einstein nos invita a razonar sobre la base de una metáfora que tiene que ver con la historia de la ciudad, del paso de una relatividad limitada a una general, donde la pri­mera es aquella en la que los cuerpos de referencia permi­ten todavía unas métricas que tienen que ver con todo el sistema.
La evolución hacia la metrópoli ha sido posible por­que el punto de partida de la ciudad europea no ha sido la polis griega, sino la civitas romana. Nuestra idea de ciudad es totalmente romana, es cívitas mobilis augescens, y hasta qué punto esto resulta fundamental lo demuestra la historia de las transformaciones urbanas, de las revoluciones políticas que tienen la ciudad como centro, a diferencia de lo que sucede en otras civilizaciones donde la forma urbis se ha modificado precisamente por la influencia, o mejor aún, por el asalto de la civilización occidental. Las civilizaciones
urbanas de la antigüedad que hoy conocemos son riquí­simas, pero son estables en su forma: todas demuestran el arraigo terrenal, ya sean las grandes ciudades mesopotá­micas o las ciudades orientales (Kioto, Shanghái y Pekín fueron megalópoli en tiempos en los que París y Londres eran aldeas, pero sus formas han permanecido relativamen­te estables durante siglos). Las increíbles revoluciones de la forma urbis derivan de este acercamiento a la ciudad que se tiene con la aparición de la civitas romana. Las formas urbanas europeas occidentales derivan de las característi­cas de la civitas. La ciudad contemporánea es la gran ciudad, la metrópoli (de hecho, éste es el rasgo característico de la ciudad moderna planetaria). Se ha disuelto toda forma urbis tradicional. En su momento, las formas de la ciudad eran absolutamente diferentes (véase, por ejemplo, las diferencias entre Roma, Florencia y Venecia). Ahora sólo hay una única forma urbis, o mejor aún, un único proceso de disolución de toda identidad urbana.
Este proceso (que, como veremos, se lleva a cabo en la ciudad-territorio, la ciudad posmetropolitana) tiene su ori­gen en la afirmación del papel central de la unión de lugar de producción y de mercado. Cada sentido de la relación humana se reduce a la producción, el intercambio y el mer­cado. Es aquí donde se concentra toda relación; entonces todo lugar de la ciudad es visto, proyectado, reproyectado y transformado en función de estas variables fijas, de su Valor. Los lugares simbólicos sólo se convierten en estos anteriores y desaparecen aquellos que habían sido los lugares simbó­licos tradicionales, sofocados por la afirmación de los luga­res del intercambio, expresión de la movilidad de la ciudad, de la Nervenleben [la vida nerviosa] de la ciudad. Las nuevas construcciones son macizas, dominan, son físicamente volu­minosas, grandes contenedores (imaginad la arquitectura de las típicas ciudades industriales, la fascinación que ejerce en todas partes la arquitectura-fábrica) cuya esencia consiste, no obstante, en ser móviles, en dinamizar toda la vida. Son cuerpos que producen una energía movilizadora, desqui­ciante y desarraigante. Estas presencias disuelven o ponen entre paréntesis las presencias simbólicas tradicionales que, de hecho, se reducen al centro histórico. Es así como nace el "centro histórico": mientras la ciudad se articula ya en base a la presencia dominante y central de los elementos de producción e intercambio, la memoria se convierte en museo, dejando así de ser memoria, porque ésta tiene sen­tido cuando es imaginativa, recreativa, de lo contrario se convierte en una clínica donde llevamos nuestros recuerdos. Hemos "hospitalizado" nuestra memoria, así como nuestras ciudades históricas, haciendo de ellas museos.


EL NUEVO URBANISMO Y LA TRAMPA COMUNITARIA
DAVID HARVEY
El nuevo urbanismo está en la cresta de la ola. Todo el mundo es su entusiasta defensor. Porque, al fin y al cabo, ¿a quién le gustaría que le llamasen "viejo urbanista"? Podría decirse -discurre el razonamiento- que la vida urbana es susceptible de ser mejorada en su raíz, que puede transformarse en una vida más "auténtica" y menos desangelada, y también más eficiente, por el procedimiento del regreso a conceptos tales como vecindario y comunidad, que antiguamente proporcionaron tanto temple y tanta coherencia, continuidad y estabilidad a la vida urbana. La memoria colectiva de un pasado más cívico puede recuperarse de nuevo si se recurre a los símbolos tradicionales. Las instituciones de la sociedad civil, si reciben el estímulo que pueden aportar la arquitectura ciudadana y la adecuada planificación urbana, pueden perfectamente verse consolidadas como los fundamentos de un tipo de urbanización mucho más civilizado.
Existen distintas variantes de tal razonamiento.
La versión Costa Este americana propone un crecimiento urbano de alta densidad y de uso residencial mixto, en su mayor parte dirigido a las áreas residenciales y de esparcimiento. Si bien las infraestructuras públicas y los niveles medioambientales son indudables, los proyectos se conciben principalmente para aquellos clientes pudientes cuyo estilo de vida, sin embargo, permanece inalterado (siguen recorriendo largas distancias para ir al trabajo). Lo que se vende es un concepto de comunidad y un entorno de vida más seguro. Insertos en un modelo de expansión urbana acelerada, tales edificaciones constituyen oasis aislados de vida privilegiada para las élites.
La versión británica subraya el ideal de un "pueblo urbano". Combina la nostalgia por un pasado perdido (que apela a los estilos arquitectónicos autóctonos de la Vieja Inglaterra) con una pizca de conciencia social (mediante la incorporación de la vivienda social a la mezcla), e intenta, además, aportar elementos laborales y comerciales a una fisonomía urbana caracterizada por un fácil acceso en la propia localidad. La idea de un "pueblo urbano" goza de un extendido atractivo que abarca todo el espectro social. Grupos étnicos, comunidades obreras tradicionales y grupos privilegiados han adoptado esta idea con entusiasmo.
La versión Costa Oeste americana sitúa los núcleos de barrio "tradicionales" en el seno de un plan regional más integrado de infraestructuras de transporte para enlazar los puestos de trabajo espacialmente dispersos, las zonas comerciales y las instalaciones de ocio. Transige, por una parte, con la dispersión de tales factores, pero trata de recuperar los ideales de una convivencia vecinal más íntima y entrañable y de una vida de comunidad. Si tal política reúne unos métodos democráticos de adopción de decisiones y una consulta al público generalizada, sus resultados pueden ser realmente provechosos. Una versión ligeramente mitigada de lo que se expone apela al ideal del "crecimiento inteligente". Una densidad más alta de crecimiento (justificada quizá por una referencia a los conceptos de comunidad y de barrio) en torno a núcleos o centros ya existentes (en oposición ala urbanización caótica), se considera más bien como una respuesta a la presión excesiva sobre los fondos públicos, las infraestructuras (escuelas, agua potable, tratamiento de aguas residuales, carreteras) y el medio ambiente (por ejemplo, la pérdida de suelo agrícola o de hábitats de alto valor). El concepto de "crecimiento inteligente" ha cobrado un atractivo nacional en Estados Unidos, como el único camino para reorientar la urbanización sin límites y caótica hacia una vía más eficiente y respetuosa con el medio ambiente.
Caben muchos elogios en este movimiento que acabamos de describir, más allá de la descarga de adrenalina inherente a la batalla con los saberes convencionales de un extenso abanico de instituciones (constructores, banqueros, gobiernos, intereses de transportistas, etcétera). Responde a los deseos y a la voluntad de pensar sobre el lugar de los polos urbanos especiales dentro de las áreas regionales en su conjunto, y de aspirar a un ideal mucho más orgánico y global de aquello en lo que las ciudades y las regiones podrían consistir. El intenso interés observado acerca de las formas de desarrollo urbano más cercano humanamente e integrado que evite la monotonía agobiante de la ciudad planificada horizontalmente es digno de alabanza, ya que libera un interés en la calle y en la arquitectura ciudadana consideradas como escenarios de sociabilidad.
En el mejor de los casos, el nuevo urbanismo promueve nuevas vías para pensar la relación entre el trabajo y la vida, y hace factible una dimensión ecológica del diseño urbano que, en cierto modo, va más allá de la búsqueda de una calidad medioambiental superior, propia del consumidor de bienes tales como árboles hermosos y estanques. Plantea, incluso, abiertamente el espinoso problema de lo que hay que hacer con las despilfarradoras exigencias energéticas de la forma de urbanización basada en el automóvil, que ha predominado mucho tiempo en Estados Unidos y que de modo creciente amenaza con tragarse las ciudades en Europa y en otros lugares.
Sin embargo, hay mucho margen aún para el escepticismo. Para empezar, no es que haya muchas novedades en todo esto. El nuevo urbanismo rebosa de nostalgia por una idealizada vida de pequeña población y estilo de vida rural que nunca existió. Las realidades de tales lugares estuvieron con frecuencia caracterizadas por un ambiente represivo y limitador, más que por ser realidades seguras y satisfactorias (al fin y al cabo, ésta fue la clase de mundo del cual las generaciones de emigrantes ansiaban huir, y precisamente no acudían a él en tropel). Y además, el nuevo urbanismo, en la manera en que es descrito, muestra señales abundantes de represiones y exclusiones en nombre de algo llamado "comunidad" y "barrio" o "vecindario".
El nuevo urbanismo puede caer fácilmente en lo que denomino la "trampa comunitaria". Desde las primeras fases de la urbanización masiva a la industrialización, el "espíritu de comunidad" se ha enarbolado como antídoto frente a cualquier amenaza de desorden social o descontento. La comunidad ha sido incluso una de las claves del control social y de la vigilancia, al borde de la abierta represión social. Comunidades bien arraigadas a menudo excluyen y se autodefinen contra otras, erigen todo tipo de señales de "prohibida la entrada"(cuando no tangibles muros y puertas). El chovinismo étnico, el racismo, la discriminación clasista avanzan reptando hacia el interior del paisaje urbano.
El nuevo urbanismo puede, por esa razón, convertirse en una barrera, más que promover el cambio social progresivo.
La mayoría de los proyectos que se han materializado en Estados Unidos (guiados por el afán de lucro del promotor) se refieren a la mejora de la calidad de la vida urbana para los ricos. Ideales de comunidad, tradición y nostalgia por un mundo perdido son puntos de venta más que realidades sociales y políticas. Aquí se hacen pocos intentos para estar a la altura de la esencia del descontento urbano, y no hablemos ya del empobrecimiento y el deterioro de las ciudades. Las invocaciones a la comunidad y al barrio como ideología son irrelevantes ante el destino de las ciudades que hoy día se fragua. A falta de empleo y de generosidad gubernamental, las declaraciones y pretensiones "cívicas" del nuevo urbanismo suenan a huecas, sino a hipócritas.
¡Europeos, tened cuidado! A no ser que el nuevo urbanismo forme parte de un ataque frontal contra las rampantes desigualdades sociales y el malestar urbano, fracasará rotundamente en la tarea de cambio de cualquier factor realmente sustantivo y esencial. En realidad -como sucede en Estados Unidos- puede constituir sólo una parte del problema de la creciente segregación racial, en lugar de ser una solución para los dilemas de la vida urbana.
Este movimiento repite asimismo -a un nivel básico- la misma falacia de los estilos arquitectónicos y de planificación que critica. Para decirlo en pocas palabras, perpetúa la idea de que la planificación urbana puede ser la base de un nuevo orden moral, estético y social. El diseño correcto y la calidad arquitectónica serán la gracia salvadora de la civilización. Pocos partidarios del nuevo urbanismo suscribirían una tesis tan brutal. El nuevo urbanismo cambia el marco espacial, pero no la presunción de que el orden espacial puede ser el vehículo para controlar la historia y el proceso social.
Se advierten signos de que el nuevo urbanismo se consolida en el favor del público. Promotores y financieros están interesados. Parece que se vende bien entre quienes pueden permitírselo. Crea un paisaje urbano estéticamente más agradable -aunque nostálgico- que las tenues y uniformes áreas residenciales que viene a sustituir. Puede incluso contribuir a una mayor eficiencia de los usos del suelo urbano. Sin embargo no ofrece en sí mismo -como con frecuencia pretende- una panacea ante el descontento social y la degradación medioambiental. No es la base privilegiada de una experiencia urbana fundamentalmente nueva. Por sí mismo, no hará más que envolver otra vez viejos problemas bajo una nueva apariencia.

TERRITORIOS INTELIGENTES. Nuevos Horizontes en el Urbanismo
ALFONSO VEGARA
3. HACIA UN PROYECTO DE CIUDAD
3.1. Crisis de los Instrumentos Urbanísticos Tradicionales
Nuestra sociedad afronta una época de grandes cambios, una etapa apasionante en la que la revolución telemática y la innovación tecnológica van a tener una incidencia extraordinaria en nuestras vidas, en nuestras ciudades y en nuestras regiones.
Si el urbanismo permanece al margen de estos nuevos retos de las ciudades en la etapa de la globalización, los urbanistas estaremos condenados a desempeñar un papel marginal en nuestra sociedad.
Si somos capaces de ofrecer un nuevo marco conceptual y unos nuevos instrumentos de trabajo, en ese caso, el renacimiento del papel de las ciudades irá en paralelo al renacimiento del urbanismo y podremos desempeñar un papel útil e importante en nuestra sociedad.
Los instrumentos tradicionales del planeamiento urbanístico en muchos casos están resultando insuficientes para dar una adecuada respuesta a las necesidades y a los retos de nuestras ciudades.
Estos instrumentos se han ceñido tradicionalmente a las delimitaciones administrativas de los municipios cuando hoy día los procesos de dispersión de las actividades humanas en el territorio requieren nuevas escalas de trabajo, especialmente la escala regional y la escala intermedia.
Son instrumentos que habiendo sido útiles en etapas anteriores para aportar orden en la organización de las actividades en el territorio, sin embargo hoy día, están resultando insuficientes para articular el liderazgo político, los procesos de participación y la innovación que son aspectos críticos al servicio del diseño de las ciudades del futuro.
El planeamiento urbanístico convencional ha desempeñado un papel fundamental en nuestra sociedad y sigue siendo absolutamente necesario de cara al futuro pero insuficiente para dar respuesta a algunos de los retos que tienen planteados nuestras ciudades y por ello debemos trabajar en la búsqueda de nuevos instrumentos y nuevos métodos de trabajo.
Quizá debido a esta crisis, en las dos últimas década se han redactado cientos de planes estratégicos de ciudades y territorios. Estos planes estratégicos han intentado superar algunas de las limitaciones más evidentes del planeamiento convencional.
En algunos casos han contribuido a la concienciación de las instituciones en relación con las fortalezas y debilidades de sus diferentes territorios. Han posibilitado una cierta dinámica participativa y a veces han aportado ideas interesantes, especialmente en materia de prospectiva y estrategia económica.
Sin embargo, muy frecuentemente, se ha prestado escasa atención a la forma física y a la estructura de la ciudad, se han utilizado metodologías de trabajo que incorporan escasa investigación de base y que a veces han producido resultados standard que acaban "racionalizando la evidencia" y escribiendo de forma ordenada las opiniones de unos y otros con escasa componente innovadora y énfasis en enfoques sectoriales y en variables ajenas al control municipal.
Hubo euforia por las posibilidades derivadas de la aplicación de los Planes Estratégicos y un rápido desencanto por los escasos resultados de la aplicación de muchas de estas iniciativas.
Hoy día, más que en ninguna otra etapa anterior, necesitamos ser capaces de diseñar de forma participativa e inteligente un “Proyecto de Ciudad”
3.2. Proyecto Ciudad como respuesta a la Trilogía Urbana
En la investigación sobre diversas ciudades del mundo que estamos desarrollando en el Proyecto-CITIES se pone de manifiesto que hay una distinción básica entre ciudades al margen de su tamaño, de su nivel de desarrollo económico o de su perfil urbano. Hay “ciudades con proyecto” y “ciudades sin proyecto”.
Los SmartLands son territorios capaces de dotarse de un Proyecto de Ciudad y de encontrar un equilibrio entre su estrategia económica, la cohesión y desarrollo social y la sensibilidad y cuidado del Medio Ambiente.
Mi tesis es que los Smartland, es decir las ciudades y regiones que responden al perfil que he señalado en el apartado anterior de mi presentación, son los únicos territorios que pueden afrontar el reto del desarrollo sustentable en la etapa de la globalización.
La clave de la sustentabilidad es el diseño de un Proyecto de Ciudad o innovador, basado en la vocación del territorio, con un fuerte respaldo social y en correspondencia con las grandes opciones estratégicas de desarrollo económico.
La sustentabilidad debemos concebirla desde una perspectiva amplia que incluye sustentabilidad ambiental pero también sustentabilidad económica, social y cultural.
Los SmartLands utilizan la Ordenación del Territorio y el Urbanismo Participativo para conseguir un desarrollo sustentable y alcanzar un equilibrio inteligente entre medio ambiente, sociedad y economía.

LA CIUDAD ANARQUICA
COLIN WARD
(Publicado en Bicicleta número 19, España, 1979)
La sede natural de cada gobierno es la ciudad. ¿Ha visto alguien una nación gobernada desde un pueblo? A menudo, si la ciudad no existe, se construye a propósito: Nueva Delhi, Camberra, Ottawa, Washington, Chandigar y Brasilia, son algunos ejemplos. ¿Y no resulta sintomático que el turista, si quiere ver lo que es realmente la vida de un país, se vea obligado a escapar lejos de las ciudades de los burócratas y tecnócratas? En Brasilia, por ejemplo, debe alejarse alrededor de quince kilómetros y llegar a Cidade Libre, donde viven los trabajadores de la construcción. Ellos edificaron la «Ciudad del 2.000», pero son demasiado pobres para vivir en ella; en la ciudad que se han construido «se ha desarrollado una forma de vida espontánea, de pueblo de barracas del West, que contrasta con la formalidad de la gran ciudad, y es demasiado hermoso para dejar que se destruya».
EL MITO DE LA VIDA RURAL
En Inglaterra, el país más urbanizado del mundo, hemos alimentado durante siglos el mito de la vida rural, un mito compartido por los seguidores de todas las tendencias políticas. En su libro «The country and the City», Raymond Williams, ha demostrado como, a través de toda la historia, este mito ha sido reforzado por la literatura que siempre colocaba el paraíso perdido de la sociedad rural en épocas pasadas. La pena es, observa E.P. Thompson, que el mito ha sido «dulcificado, embellecido, mantenido con vida y, finalmente, asumido, por los habitantes de las ciudades, como punto de referencia obligado en la crítica del industrialismo. Por ello, ha servido para proporcionar una coartada a la falta de valor utópico, a la hora de imaginar como podría ser una verdadera comunidad en una ciudad industrial; incluso para darse cuenta de todo lo que ya se podría haber realizado en este sentido.»
Igual que Williams, Thompson atribuye a esta tendencia un poder debilitador: «es una hemorragia cultural continua, una pérdida de sangre rebelde que fluye hacia Walden o hacia Afganistán, hacia Cornuailles o hacia México, mientras los habitantes de las ciudades no sólo no resuelven nada en su país, sino que se mecen en la engañosa ilusión de liberarse, en cierta medida, de la contaminación de un sistema social del cual ellos mismos forman parte como producto cultural». Como señalan ambos autores, los descuidados pastorcillos del sueño arcaico, hoy son tan sólo «los pobres de Nigeria, de Bolivia y del Pakistán».
Paradójicamente, las poblaciones rurales del Tercer Mundo se vuelcan en masa sobre las ciudades. Si quieren encontrarse hoy ejemplos de ciudades anárquicas, realmente existentes, es decir, ejemplos de enormes agrupaciones humanas que no sean el producto de una planificación gubernativa sino de la acción popular directa, hay que buscarlas en el Tercer Mundo. En América Latina, en Asia y en Africa, el trasvase de enormes masas de población a las ciudades, verificado en los dos últimos decenios, ha dado lugar a la formación de inmensos barrios abusivos en la periferia de los grandes centros, habitados por multitud de esos «invisibles» a quienes, oficialmente, se niega una existencia urbana. Pat Crooke observa que las ciudades crecen y se desarrollan en dos niveles: por una parte el oficial, teórico; por otra, el característico de la mayor parte de las poblaciones de muchas ciudades sudamericanas, es decir, la masa no oficial de ciudadanos que instauran una economía popular, al margen de las estructuras financieras institucionales de la ciudad.
Una forma de reducir la presión que amenaza con hacer explotar los contenedores urbanos, sería mejorar las condiciones de vida en los pueblos y en las pequeñas ciudades provincianas. Pero esto presupone una radical transformación del concepto de propiedad de la tierra, la creación de industrias a pequeña escala con un uso intensivo de la fuerza de trabajo, y un crecimiento notable de la producción derivada de la agricultura. Mientras todo esto no sea posible, la gente continuará eligiendo tentar la suerte en la ciudad, antes que dejarse morir de hambre en el campo. La gran diferencia entre la situación actual y la explotación urbanística en la Inglaterra del siglo XIX, se explica por el hecho de que entonces la industrialización precedió siempre a la urbanización, mientras que hoy ocurre precisamente lo contrario.
Generalmente, los barrios de chabolistas de las ciudades del Tercer Mundo son considerados terreno fértil para la difusión de la criminalidad, del vicio, de las enfermedades, de la desorganización social y familiar. Pero John Turner, el arquitecto —anárquico— que más que ningún otro, ha contribuido a cambiar nuestra forma de ver esta realidad, afirma: «Diez años de trabajo en las barriadas peruanas me han enseñado que la concepción habitual es completamente errónea: aunque funcional para intereses políticos y burocráticos ocultos, es absolutamente inadecuada para la realidad ... No hay caos ni desorden, sino ocupación organizada del terreno público a despecho de la violenta represión policial; organización política interna con elecciones locales cada año; cohabitación de millares de personas sin protección por parte de la policía, y sin servicios públicos. Las chabolas de paja construidas durante la ocupación, se transforman lo más rápidamente posible, en casas de cemento, con una inversión conjunta en materiales y fuerza de trabajo, del orden de millones de dólares. Los niveles de empleo, los salarios, los niveles de alfabetización y de instrucción, son mucho más altos que en los ghettos del centro de la ciudad (de los que han huido muchos habitantes de las barriadas), y, en general, por encima de la media nacional. El crimen, la delincuencia juvenil, la prostitución y el juego de azar son raros, excepto para los hurtos de poca importancia, cuya incidencia es, por otra parte, aparentemente más baja que en otras partes de la ciudad».
¡Qué extraordinaria contribución a la capacidad de solidaridad y de asistencia recíproca de la gente humilde, de cara a la autoridad! El lector que conoce «El apoyo mutuo», de Kropotkin, no podrá por menos de recordar, al llegar a este punto, el capítulo en el cual el autor elogia la ciudad medieval observando que «allí donde los hombres han encontrado, o han esperado encontrar, protección tras los muros de la ciudad, han establecido pactos de alianza, de fraternidad y de amistad, llevados por un único ideal firmemente dirigido a la realización de una nueva vida de libertad y de solidaridad recíproca. Y han conseguido tan bien su intento, que en trescientos o cuatrocientos años han cambiado la cara de Europa». Kropotkin no es un romántico adulador de las ciudades libres medievales, sabe bien cuáles fueron sus defectos y cómo no pudieron impedir que se establecieran relaciones de explotación con las poblaciones campesinas. Pero su interpretación del proceso de desarrollo, está revalidada por los estudiosos más modernos. Walter Ullmann, por ejemplo, observa que «representan un ejemplo bastante claro de entidades autogobernadas», y que «con el fin de regular sus transacciones comerciales, la comunidad se reunía en asamblea... y la asamblea no «representaba» simplemente, sino que ella misma era toda la comunidad.» 

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