Aquí se publican los textos para la elaboración del ejercicio a realizar en los grupos prácticos del primer semestre de 2012.
Se propone analizar críticamente uno de los textos propuestos por la Cátedra con el objetivo de desarrollar un mapa de ideas a partir del mismo. El trabajo consistirá en elaborar un documento escrito donde se desarrollará el análisis, de un máximo de 2 carillas (A4, interlineado simple, Arial 11), más una carilla A3 para un “mapa” que grafique conceptos, autores, temas y relaciones.
El mapa de conceptos es una descripción crítica de la manera en que las ideas en torno al Urbanismo se despliegan y desarrollan. No pretende ser una secuencia histórica omnicomprensiva, sino un esquema de ideas relacionadas ya sea por el debate teórico, tanto como por la realización práctica.
Las ideas urbanísticas no son ideas aisladas que surgen de inquietudes personales, sino que refieren, más o menos directamente, a la cultura de la época y a las problematizaciones específicas que una sociedad se plantea. A su vez el debate sobre ideas y teorías, evoluciona en el tiempo, dando lugar a ideas contrapuestas y/o complementarias, las cuales alimentan el discurso de la disciplina. La construcción de teoría supone la acumulación de ideas, su interrelación y la incorporación a un cuerpo de conocimientos que crece progresivamente con los aportes de cada generación.
El objetivo del ejercicio, consiste en una construcción teórica, en rastrear posibles secuencias de debate y develar la trama de las relaciones establecidas en el pensamiento urbanístico a partir de uno de los siguientes textos:
SOBREMODERNIDAD. DEL MUNDO DE HOY AL MUNDO DE
MAÑANA.
MARC AUGÉ
La noción de sobremodernidad
(…)
El exceso de información nos da la sensación de
que la historia se acelera. Cada día somos informados de lo que pasa en los
cuatro rincones del mundo. Naturalmente esta información siempre es parcial y
quizá tendenciosa: pero, junto a la evidencia de que un acontecimiento lejano
puede tener consecuencias para nosotros, nos refuerza cada día el sentimiento
de estar dentro de la historia, o más exactamente, de tenerla pisándonos los
talones, para volver a ser alcanzados por ella durante el noticiero de las ocho
o durante las noticias de la mañana.
El corolario a esta superabundancia de
información es evidentemente nuestra capacidad de olvidar, necesaria sin duda
para nuestra salud y para evitar los efectos de saturación que hasta los
ordenadores conocen, pero que da como resultado un ritmo sincopado a la
historia. Tal acontecimiento que había llamado nuestra atención durante algunos
días, desaparece de repente de nuestras pantallas, luego de nuestras memorias,
hasta el día que resurge de golpe por razones que se nos escapan un poco y que
se nos exponen rápidamente. Un cierto número de acontecimientos tiene así una
existencia eclíptica, olvidados, familiares y sorprendentes a la vez, tal como
la guerra del Golfo, la crisis irlandesa, los atentados en el país vasco o las
matanzas en Argelia. No sabemos muy bien por donde vamos, pero vamos y cada vez
más rápido.
La velocidad de los medios de transporte y el
desarrollo de las tecnologías de comunicación nos dan la sensación que el
planeta se encoge. La aparición del cyberespacio marca la prioridad del tiempo
sobre el espacio. Estamos en la edad de la inmediatez y de lo instantáneo. La
comunicación se produce a la velocidad de la luz. Así, pues, nuestro dominio
del tiempo reduce nuestro espacio. Nuestro "pequeño mundo" basta
apenas para la expansión de las grandes empresas económicas, y el planeta se
convierte de forma relativamente natural en un desafío de todos los intentos
"imperiales".
El urbanista y filósofo Paul Virilio, en muchos
de sus libros, se preocupó por las amenazas que podían pesar sobre la
democracia, en razón de la ubicuidad y la instantaneidad con las que se
caracteriza el cyberespacio. Él sugiere que algunas grandes ciudades
internacionales, algunas grandes empresas interconectadas, dentro de poco,
podrán decidir el porvenir del mundo. Sin necesariamente llevar tan lejos el
pesimismo, podemos ser sensibles al hecho de que en el ámbito político también
los episodios locales son presentados cada vez más como asuntos
"internos", que eventualmente competen al "derecho de
injerencia". Queda claro que el estrecha-miento del planeta (consecuencia
del desarrollo de los medios de transporte, de las comunicaciones y de la
industria espacial) hace cada día más creíble (y a los ojos de los más
poderosos más seductora) la idea de un gobierno mundial. El Mundo Diplomático
del mes pasado comentaba, bajo la pluma, por cierto muy crítica de un profesor
americano de la universidad de San Diego, las perspectivas para el siglo que
viene trazadas por David Rothkopf, director del gabinete de consultorías de
Henri Kissinger. Las palabras de David Rothkopf en el diario Foreign Policy
hablan por sí mismas:
"Compete al interés económico y político de
los Estado Unidos el vigilar que si el mundo opta por un idioma único, éste sea
el inglés; que si se orienta hacía normas comunes tratándose de comunicación,
de seguridad o de calidad, sean bajo las normas americanas; que si las distintas
partes se unen a través de la televisión, la radio y la música, sean con
programas americanos; y que, si se elaboran valores comunes, estos sean valores
en los cuales los americanos se reconozcan". En realidad, no hay aquí nada
de extraordinario ya que las tentaciones imperiales no fechan de hoy ni incluso
de ayer, pero el hecho notable es que el dominio imaginado ahora es planetario
y que los medios de comunicación constituyen su arma principal.
LA
CIUDAD
MASSIMO
CACCIARI
El advenimiento de la
metrópoli
¿Pero podemos aún hablar
hoy de ciudad? Quizás en Italia es posible todavía en algún caso, como, por
ejemplo, Florencia; pero en los casos de Milán, Roma, Nápoles y Palermo se
hace difícil. La metrópoli de la antigüedad tardía, Roma mobilis, la Urbs que delira a partir de su surco, tiene muchos
rasgos en común con lo que voy a decir. La historia europea de las ciudades
hasta la época barroca mostrará una ciudad que, sin embargo, se parece de
algún modo a aquella que aparece descrita en el fresco Alegoría del buen
gobierno del palacio de Siena, obra de Ambrogio Lorenzetti: una ciudad donde el
elemento de comunión y de comunicación está presente más allá del
"aura" mítico con la que se representa (seguramente en aquella ciudad
había conflictos debidos generalmente a la cercanía como factor de enemistad).
Esa ciudad fue destruida por el ímpetu conjunto de industria y mercado, y de
este modo aparece la metrópoli, la Groβstadt,
dominada por las dos "figuras" clave, los dos "cuerpos" que
la regulan: la industria y el mercado.
Al igual que en las
ciudades medievales lo era la catedral y el palacio de gobierno o el palacio
del pueblo, en la ciudad moderna las presencias clave son los lugares de producción
y los de intercambio. Todo se articula alrededor de ellos como factores capaces
de conferir significación simbólica al conjunto, pero, al mismo tiempo, la
ciudad se organiza y se regula en torno a estos momentos; en torno a ellos se
constituye una urbanística, se elaboran intervenciones programáticas alrededor
de estos factores dominantes que permiten la solución de la
"ecuación" en tanto que "valores conocidos". De hecho, se
sabe que la industria tiene determinadas exigencias de ubicación, comporta
determinadas funciones, de vivienda en primer lugar, a las que hay que dar cobijo
mediante un determinado tipo de edificio. De este modo, el espacio se organiza
alrededor de estos cuerpos relativamente notorios, rígidos y fijos. En física
se llamarían "cuerpos galileanos" de referencia, y la metáfora no
resulta extemporánea, puesto que el propio Albert Einstein nos invita a razonar
sobre la base de una metáfora que tiene que ver con la historia de la ciudad,
del paso de una relatividad limitada a una general, donde la primera es
aquella en la que los cuerpos de referencia permiten todavía unas métricas que
tienen que ver con todo el sistema.
La evolución hacia la
metrópoli ha sido posible porque el punto de partida de la ciudad europea no
ha sido la polis griega, sino la civitas romana. Nuestra idea de ciudad es
totalmente romana, es cívitas mobilis augescens, y hasta qué punto esto resulta
fundamental lo demuestra la historia de las transformaciones urbanas, de las
revoluciones políticas que tienen la ciudad como centro, a diferencia de lo que
sucede en otras civilizaciones donde la forma urbis se ha modificado
precisamente por la influencia, o mejor aún, por el asalto de la civilización
occidental. Las civilizaciones
urbanas de la antigüedad
que hoy conocemos son riquísimas, pero son estables en su forma: todas
demuestran el arraigo terrenal, ya sean las grandes ciudades mesopotámicas o
las ciudades orientales (Kioto, Shanghái y Pekín fueron megalópoli en tiempos
en los que París y Londres eran aldeas, pero sus formas han permanecido
relativamente estables durante siglos). Las increíbles revoluciones de la
forma urbis derivan de este acercamiento a la ciudad que se tiene con la
aparición de la civitas romana. Las formas urbanas europeas occidentales
derivan de las características de la civitas. La ciudad contemporánea es la
gran ciudad, la metrópoli (de hecho, éste es el rasgo característico de la
ciudad moderna planetaria). Se ha disuelto toda forma urbis tradicional. En su
momento, las formas de la ciudad eran absolutamente diferentes (véase, por
ejemplo, las diferencias entre Roma, Florencia y Venecia). Ahora sólo hay una
única forma urbis, o mejor aún, un único proceso de disolución de toda
identidad urbana.
Este proceso (que, como
veremos, se lleva a cabo en la ciudad-territorio, la ciudad posmetropolitana)
tiene su origen en la afirmación del papel central de la unión de lugar de
producción y de mercado. Cada sentido de la relación humana se reduce a la
producción, el intercambio y el mercado. Es aquí donde se concentra toda
relación; entonces todo lugar de la ciudad es visto, proyectado, reproyectado y
transformado en función de estas variables fijas, de su Valor. Los lugares
simbólicos sólo se convierten en estos anteriores y desaparecen aquellos que
habían sido los lugares simbólicos tradicionales, sofocados por la afirmación
de los lugares del intercambio, expresión de la movilidad de la ciudad, de la Nervenleben [la vida nerviosa] de la
ciudad. Las nuevas construcciones son macizas, dominan, son físicamente voluminosas,
grandes contenedores (imaginad la arquitectura de las típicas ciudades
industriales, la fascinación que ejerce en todas partes la
arquitectura-fábrica) cuya esencia consiste, no obstante, en ser móviles, en
dinamizar toda la vida. Son cuerpos que producen una energía movilizadora,
desquiciante y desarraigante. Estas presencias disuelven o ponen entre
paréntesis las presencias simbólicas tradicionales que, de hecho, se reducen al
centro histórico. Es así como nace el "centro histórico": mientras la
ciudad se articula ya en base a la presencia dominante y central de los
elementos de producción e intercambio, la memoria se convierte en museo,
dejando así de ser memoria, porque ésta tiene sentido cuando es imaginativa,
recreativa, de lo contrario se convierte en una clínica donde llevamos nuestros
recuerdos. Hemos "hospitalizado" nuestra memoria, así como nuestras
ciudades históricas, haciendo de ellas museos.
EL
NUEVO URBANISMO Y LA TRAMPA COMUNITARIA
DAVID
HARVEY
El nuevo urbanismo está
en la cresta de la ola. Todo el mundo es su entusiasta defensor. Porque, al fin
y al cabo, ¿a quién le gustaría que le llamasen "viejo urbanista"?
Podría decirse -discurre el razonamiento- que la vida urbana es susceptible de
ser mejorada en su raíz, que puede transformarse en una vida más
"auténtica" y menos desangelada, y también más eficiente, por el
procedimiento del regreso a conceptos tales como vecindario y comunidad, que
antiguamente proporcionaron tanto temple y tanta coherencia, continuidad y
estabilidad a la vida urbana. La memoria colectiva de un pasado más cívico
puede recuperarse de nuevo si se recurre a los símbolos tradicionales. Las
instituciones de la sociedad civil, si reciben el estímulo que pueden aportar
la arquitectura ciudadana y la adecuada planificación urbana, pueden
perfectamente verse consolidadas como los fundamentos de un tipo de
urbanización mucho más civilizado.
Existen distintas
variantes de tal razonamiento.
La versión Costa Este
americana propone un crecimiento urbano de alta densidad y de uso residencial
mixto, en su mayor parte dirigido a las áreas residenciales y de esparcimiento.
Si bien las infraestructuras públicas y los niveles medioambientales son
indudables, los proyectos se conciben principalmente para aquellos clientes
pudientes cuyo estilo de vida, sin embargo, permanece inalterado (siguen
recorriendo largas distancias para ir al trabajo). Lo que se vende es un
concepto de comunidad y un entorno de vida más seguro. Insertos en un modelo de
expansión urbana acelerada, tales edificaciones constituyen oasis aislados de
vida privilegiada para las élites.
La versión británica
subraya el ideal de un "pueblo urbano". Combina la nostalgia por un
pasado perdido (que apela a los estilos arquitectónicos autóctonos de la Vieja
Inglaterra) con una pizca de conciencia social (mediante la incorporación de la
vivienda social a la mezcla), e intenta, además, aportar elementos laborales y
comerciales a una fisonomía urbana caracterizada por un fácil acceso en la
propia localidad. La idea de un "pueblo urbano" goza de un extendido
atractivo que abarca todo el espectro social. Grupos étnicos, comunidades
obreras tradicionales y grupos privilegiados han adoptado esta idea con
entusiasmo.
La versión Costa Oeste
americana sitúa los núcleos de barrio "tradicionales" en el seno de
un plan regional más integrado de infraestructuras de transporte para enlazar
los puestos de trabajo espacialmente dispersos, las zonas comerciales y las
instalaciones de ocio. Transige, por una parte, con la dispersión de tales
factores, pero trata de recuperar los ideales de una convivencia vecinal más
íntima y entrañable y de una vida de comunidad. Si tal política reúne unos métodos
democráticos de adopción de decisiones y una consulta al público generalizada,
sus resultados pueden ser realmente provechosos. Una versión ligeramente
mitigada de lo que se expone apela al ideal del "crecimiento
inteligente". Una densidad más alta de crecimiento (justificada quizá por
una referencia a los conceptos de comunidad y de barrio) en torno a núcleos o
centros ya existentes (en oposición ala urbanización caótica), se considera más
bien como una respuesta a la presión excesiva sobre los fondos públicos, las
infraestructuras (escuelas, agua potable, tratamiento de aguas residuales,
carreteras) y el medio ambiente (por ejemplo, la pérdida de suelo agrícola o de
hábitats de alto valor). El concepto de "crecimiento inteligente" ha
cobrado un atractivo nacional en Estados Unidos, como el único camino para
reorientar la urbanización sin límites y caótica hacia una vía más eficiente y
respetuosa con el medio ambiente.
Caben muchos elogios en
este movimiento que acabamos de describir, más allá de la descarga de
adrenalina inherente a la batalla con los saberes convencionales de un extenso
abanico de instituciones (constructores, banqueros, gobiernos, intereses de
transportistas, etcétera). Responde a los deseos y a la voluntad de pensar
sobre el lugar de los polos urbanos especiales dentro de las áreas regionales
en su conjunto, y de aspirar a un ideal mucho más orgánico y global de aquello
en lo que las ciudades y las regiones podrían consistir. El intenso interés
observado acerca de las formas de desarrollo urbano más cercano humanamente e
integrado que evite la monotonía agobiante de la ciudad planificada
horizontalmente es digno de alabanza, ya que libera un interés en la calle y en
la arquitectura ciudadana consideradas como escenarios de sociabilidad.
En el mejor de los
casos, el nuevo urbanismo promueve nuevas vías para pensar la relación entre el
trabajo y la vida, y hace factible una dimensión ecológica del diseño urbano
que, en cierto modo, va más allá de la búsqueda de una calidad medioambiental
superior, propia del consumidor de bienes tales como árboles hermosos y
estanques. Plantea, incluso, abiertamente el espinoso problema de lo que hay
que hacer con las despilfarradoras exigencias energéticas de la forma de
urbanización basada en el automóvil, que ha predominado mucho tiempo en Estados
Unidos y que de modo creciente amenaza con tragarse las ciudades en Europa y en
otros lugares.
Sin embargo, hay mucho
margen aún para el escepticismo. Para empezar, no es que haya muchas novedades
en todo esto. El nuevo urbanismo rebosa de nostalgia por una idealizada vida de
pequeña población y estilo de vida rural que nunca existió. Las realidades de
tales lugares estuvieron con frecuencia caracterizadas por un ambiente
represivo y limitador, más que por ser realidades seguras y satisfactorias (al
fin y al cabo, ésta fue la clase de mundo del cual las generaciones de
emigrantes ansiaban huir, y precisamente no acudían a él en tropel). Y además,
el nuevo urbanismo, en la manera en que es descrito, muestra señales abundantes
de represiones y exclusiones en nombre de algo llamado "comunidad" y
"barrio" o "vecindario".
El nuevo urbanismo puede
caer fácilmente en lo que denomino la "trampa comunitaria". Desde las
primeras fases de la urbanización masiva a la industrialización, el
"espíritu de comunidad" se ha enarbolado como antídoto frente a
cualquier amenaza de desorden social o descontento. La comunidad ha sido incluso
una de las claves del control social y de la vigilancia, al borde de la abierta
represión social. Comunidades bien arraigadas a menudo excluyen y se autodefinen
contra otras, erigen todo tipo de señales de "prohibida la
entrada"(cuando no tangibles muros y puertas). El chovinismo étnico, el
racismo, la discriminación clasista avanzan reptando hacia el interior del
paisaje urbano.
El nuevo urbanismo
puede, por esa razón, convertirse en una barrera, más que promover el cambio
social progresivo.
La mayoría de los
proyectos que se han materializado en Estados Unidos (guiados por el afán de
lucro del promotor) se refieren a la mejora de la calidad de la vida urbana
para los ricos. Ideales de comunidad, tradición y nostalgia por un mundo
perdido son puntos de venta más que realidades sociales y políticas. Aquí se hacen
pocos intentos para estar a la altura de la esencia del descontento urbano, y
no hablemos ya del empobrecimiento y el deterioro de las ciudades. Las invocaciones
a la comunidad y al barrio como ideología son irrelevantes ante el destino de
las ciudades que hoy día se fragua. A falta de empleo y de generosidad gubernamental,
las declaraciones y pretensiones "cívicas" del nuevo urbanismo suenan
a huecas, sino a hipócritas.
¡Europeos, tened
cuidado! A no ser que el nuevo urbanismo forme parte de un ataque frontal
contra las rampantes desigualdades sociales y el malestar urbano, fracasará
rotundamente en la tarea de cambio de cualquier factor realmente sustantivo y
esencial. En realidad -como sucede en Estados Unidos- puede constituir sólo una
parte del problema de la creciente segregación racial, en lugar de ser una
solución para los dilemas de la vida urbana.
Este movimiento repite asimismo -a un nivel básico- la misma falacia de los estilos arquitectónicos y de planificación que critica. Para decirlo en pocas palabras, perpetúa la idea de que la planificación urbana puede ser la base de un nuevo orden moral, estético y social. El diseño correcto y la calidad arquitectónica serán la gracia salvadora de la civilización. Pocos partidarios del nuevo urbanismo suscribirían una tesis tan brutal. El nuevo urbanismo cambia el marco espacial, pero no la presunción de que el orden espacial puede ser el vehículo para controlar la historia y el proceso social.
Se advierten signos de que el nuevo urbanismo se consolida en el favor del público. Promotores y financieros están interesados. Parece que se vende bien entre quienes pueden permitírselo. Crea un paisaje urbano estéticamente más agradable -aunque nostálgico- que las tenues y uniformes áreas residenciales que viene a sustituir. Puede incluso contribuir a una mayor eficiencia de los usos del suelo urbano. Sin embargo no ofrece en sí mismo -como con frecuencia pretende- una panacea ante el descontento social y la degradación medioambiental. No es la base privilegiada de una experiencia urbana fundamentalmente nueva. Por sí mismo, no hará más que envolver otra vez viejos problemas bajo una nueva apariencia.
Este movimiento repite asimismo -a un nivel básico- la misma falacia de los estilos arquitectónicos y de planificación que critica. Para decirlo en pocas palabras, perpetúa la idea de que la planificación urbana puede ser la base de un nuevo orden moral, estético y social. El diseño correcto y la calidad arquitectónica serán la gracia salvadora de la civilización. Pocos partidarios del nuevo urbanismo suscribirían una tesis tan brutal. El nuevo urbanismo cambia el marco espacial, pero no la presunción de que el orden espacial puede ser el vehículo para controlar la historia y el proceso social.
Se advierten signos de que el nuevo urbanismo se consolida en el favor del público. Promotores y financieros están interesados. Parece que se vende bien entre quienes pueden permitírselo. Crea un paisaje urbano estéticamente más agradable -aunque nostálgico- que las tenues y uniformes áreas residenciales que viene a sustituir. Puede incluso contribuir a una mayor eficiencia de los usos del suelo urbano. Sin embargo no ofrece en sí mismo -como con frecuencia pretende- una panacea ante el descontento social y la degradación medioambiental. No es la base privilegiada de una experiencia urbana fundamentalmente nueva. Por sí mismo, no hará más que envolver otra vez viejos problemas bajo una nueva apariencia.
TERRITORIOS
INTELIGENTES. Nuevos Horizontes en el Urbanismo
ALFONSO VEGARA
3. HACIA
UN PROYECTO DE CIUDAD
3.1.
Crisis de los Instrumentos Urbanísticos Tradicionales
Nuestra
sociedad afronta una época de grandes cambios, una etapa apasionante en la que
la revolución telemática y la innovación tecnológica van a tener una incidencia
extraordinaria en nuestras vidas, en nuestras ciudades y en nuestras regiones.
Si el urbanismo
permanece al margen de estos nuevos retos de las ciudades en la etapa de la
globalización, los urbanistas estaremos condenados a desempeñar un papel
marginal en nuestra sociedad.
Si somos
capaces de ofrecer un nuevo marco conceptual y unos nuevos instrumentos de
trabajo, en ese caso, el renacimiento del papel de las ciudades irá en paralelo
al renacimiento del urbanismo y podremos desempeñar un papel útil e importante
en nuestra sociedad.
Los
instrumentos tradicionales del planeamiento urbanístico en muchos casos están
resultando insuficientes para dar una adecuada respuesta a las necesidades y a
los retos de nuestras ciudades.
Estos
instrumentos se han ceñido tradicionalmente a las delimitaciones
administrativas de los municipios cuando hoy día los procesos de dispersión de
las actividades humanas en el territorio requieren nuevas escalas de trabajo,
especialmente la escala regional y la escala intermedia.
Son
instrumentos que habiendo sido útiles en etapas anteriores para aportar orden
en la organización de las actividades en el territorio, sin embargo hoy día,
están resultando insuficientes para articular el liderazgo político, los
procesos de participación y la innovación que son aspectos críticos al servicio
del diseño de las ciudades del futuro.
El planeamiento
urbanístico convencional ha desempeñado un papel fundamental en nuestra sociedad
y sigue siendo absolutamente necesario de cara al futuro pero insuficiente para
dar respuesta a algunos de los retos que tienen planteados nuestras ciudades y
por ello debemos trabajar en la búsqueda de nuevos instrumentos y nuevos
métodos de trabajo.
Quizá debido a
esta crisis, en las dos últimas década se han redactado cientos de planes
estratégicos de ciudades y territorios. Estos planes estratégicos han intentado
superar algunas de las limitaciones más evidentes del planeamiento
convencional.
En algunos
casos han contribuido a la concienciación de las instituciones en relación con
las fortalezas y debilidades de sus diferentes territorios. Han posibilitado
una cierta dinámica participativa y a veces han aportado ideas interesantes,
especialmente en materia de prospectiva y estrategia económica.
Sin embargo,
muy frecuentemente, se ha prestado escasa atención a la forma física y a la
estructura de la ciudad, se han utilizado metodologías de trabajo que
incorporan escasa investigación de base y que a veces han producido resultados
standard que acaban "racionalizando la evidencia" y escribiendo de
forma ordenada las opiniones de unos y otros con escasa componente innovadora y
énfasis en enfoques sectoriales y en variables ajenas al control municipal.
Hubo euforia
por las posibilidades derivadas de la aplicación de los Planes Estratégicos y
un rápido desencanto por los escasos resultados de la aplicación de muchas de
estas iniciativas.
Hoy día, más
que en ninguna otra etapa anterior, necesitamos ser capaces de diseñar de forma
participativa e inteligente un “Proyecto de Ciudad”
3.2.
Proyecto Ciudad como respuesta a la Trilogía Urbana
En la
investigación sobre diversas ciudades del mundo que estamos desarrollando en el
Proyecto-CITIES se pone de manifiesto que hay una distinción básica entre
ciudades al margen de su tamaño, de su nivel de desarrollo económico o de su
perfil urbano. Hay “ciudades con proyecto” y “ciudades sin proyecto”.
Los SmartLands
son territorios capaces de dotarse de un Proyecto de Ciudad y de encontrar un
equilibrio entre su estrategia económica, la cohesión y desarrollo social y la
sensibilidad y cuidado del Medio Ambiente.
Mi tesis es que
los Smartland, es decir las ciudades y regiones que responden al perfil que he
señalado en el apartado anterior de mi presentación, son los únicos territorios
que pueden afrontar el reto del desarrollo sustentable en la etapa de la
globalización.
La clave de la
sustentabilidad es el diseño de un Proyecto de Ciudad o innovador, basado en la
vocación del territorio, con un fuerte respaldo social y en correspondencia con
las grandes opciones estratégicas de desarrollo económico.
La
sustentabilidad debemos concebirla desde una perspectiva amplia que incluye
sustentabilidad ambiental pero también sustentabilidad económica, social y
cultural.
Los SmartLands
utilizan la Ordenación del Territorio y el Urbanismo Participativo para
conseguir un desarrollo sustentable y alcanzar un equilibrio inteligente entre
medio ambiente, sociedad y economía.
LA CIUDAD ANARQUICA
COLIN WARD
(Publicado en Bicicleta número 19, España, 1979)
La sede natural de cada gobierno es la ciudad. ¿Ha visto alguien
una nación gobernada desde un pueblo? A menudo, si la ciudad no existe, se
construye a propósito: Nueva Delhi, Camberra, Ottawa, Washington, Chandigar y
Brasilia, son algunos ejemplos. ¿Y no resulta sintomático que el turista, si
quiere ver lo que es realmente la vida de un país, se vea obligado a escapar
lejos de las ciudades de los burócratas y tecnócratas? En Brasilia, por ejemplo,
debe alejarse alrededor de quince kilómetros y llegar a Cidade Libre, donde
viven los trabajadores de la construcción. Ellos edificaron la «Ciudad del
2.000», pero son demasiado pobres para vivir en ella; en la ciudad que se han
construido «se ha desarrollado una forma de vida espontánea, de pueblo de
barracas del West, que contrasta con la formalidad de la gran ciudad, y es
demasiado hermoso para dejar que se destruya».
EL MITO DE LA VIDA RURAL
En Inglaterra, el país más urbanizado del mundo, hemos alimentado
durante siglos el mito de la vida rural, un mito compartido por los seguidores
de todas las tendencias políticas. En su libro «The country and the City»,
Raymond Williams, ha demostrado como, a través de toda la historia, este mito
ha sido reforzado por la literatura que siempre colocaba el paraíso perdido de
la sociedad rural en épocas pasadas. La pena es, observa E.P. Thompson, que el
mito ha sido «dulcificado, embellecido, mantenido con vida y, finalmente,
asumido, por los habitantes de las ciudades, como punto de referencia obligado
en la crítica del industrialismo. Por ello, ha servido para proporcionar una
coartada a la falta de valor utópico, a la hora de imaginar como podría ser una
verdadera comunidad en una ciudad industrial; incluso para darse cuenta de todo
lo que ya se podría haber realizado en este sentido.»
Igual que Williams, Thompson atribuye a esta tendencia un poder
debilitador: «es una hemorragia cultural continua, una pérdida de sangre
rebelde que fluye hacia Walden o hacia Afganistán, hacia Cornuailles o hacia
México, mientras los habitantes de las ciudades no sólo no resuelven nada en su
país, sino que se mecen en la engañosa ilusión de liberarse, en cierta medida,
de la contaminación de un sistema social del cual ellos mismos forman parte
como producto cultural». Como señalan ambos autores, los descuidados
pastorcillos del sueño arcaico, hoy son tan sólo «los pobres de Nigeria, de
Bolivia y del Pakistán».
Paradójicamente, las poblaciones rurales del Tercer Mundo se
vuelcan en masa sobre las ciudades. Si quieren encontrarse hoy ejemplos de
ciudades anárquicas, realmente existentes, es decir, ejemplos de enormes
agrupaciones humanas que no sean el producto de una planificación gubernativa
sino de la acción popular directa, hay que buscarlas en el Tercer Mundo. En
América Latina, en Asia y en Africa, el trasvase de enormes masas de población
a las ciudades, verificado en los dos últimos decenios, ha dado lugar a la
formación de inmensos barrios abusivos en la periferia de los grandes centros,
habitados por multitud de esos «invisibles» a quienes, oficialmente, se niega
una existencia urbana. Pat Crooke observa que las ciudades crecen y se
desarrollan en dos niveles: por una parte el oficial, teórico; por otra, el
característico de la mayor parte de las poblaciones de muchas ciudades
sudamericanas, es decir, la masa no oficial de ciudadanos que instauran una
economía popular, al margen de las estructuras financieras institucionales de
la ciudad.
Una forma de reducir la presión que amenaza con hacer explotar los
contenedores urbanos, sería mejorar las condiciones de vida en los pueblos y en
las pequeñas ciudades provincianas. Pero esto presupone una radical
transformación del concepto de propiedad de la tierra, la creación de industrias
a pequeña escala con un uso intensivo de la fuerza de trabajo, y un crecimiento
notable de la producción derivada de la agricultura. Mientras todo esto no sea
posible, la gente continuará eligiendo tentar la suerte en la ciudad, antes que
dejarse morir de hambre en el campo. La gran diferencia entre la situación
actual y la explotación urbanística en la Inglaterra del siglo XIX, se explica
por el hecho de que entonces la industrialización precedió siempre a la
urbanización, mientras que hoy ocurre precisamente lo contrario.
Generalmente, los barrios de chabolistas de las ciudades del
Tercer Mundo son considerados terreno fértil para la difusión de la
criminalidad, del vicio, de las enfermedades, de la desorganización social y
familiar. Pero John Turner, el arquitecto —anárquico— que más que ningún otro,
ha contribuido a cambiar nuestra forma de ver esta realidad, afirma: «Diez años
de trabajo en las barriadas peruanas me han enseñado que la concepción habitual
es completamente errónea: aunque funcional para intereses políticos y
burocráticos ocultos, es absolutamente inadecuada para la realidad ... No hay
caos ni desorden, sino ocupación organizada del terreno público a despecho de
la violenta represión policial; organización política interna con elecciones
locales cada año; cohabitación de millares de personas sin protección por parte
de la policía, y sin servicios públicos. Las chabolas de paja construidas
durante la ocupación, se transforman lo más rápidamente posible, en casas de
cemento, con una inversión conjunta en materiales y fuerza de trabajo, del
orden de millones de dólares. Los niveles de empleo, los salarios, los niveles
de alfabetización y de instrucción, son mucho más altos que en los ghettos del
centro de la ciudad (de los que han huido muchos habitantes de las barriadas),
y, en general, por encima de la media nacional. El crimen, la delincuencia
juvenil, la prostitución y el juego de azar son raros, excepto para los hurtos
de poca importancia, cuya incidencia es, por otra parte, aparentemente más baja
que en otras partes de la ciudad».
¡Qué extraordinaria contribución a la capacidad de solidaridad y
de asistencia recíproca de la gente humilde, de cara a la autoridad! El lector
que conoce «El apoyo mutuo», de Kropotkin, no podrá por menos de recordar, al
llegar a este punto, el capítulo en el cual el autor elogia la ciudad medieval
observando que «allí donde los hombres han encontrado, o han esperado
encontrar, protección tras los muros de la ciudad, han establecido pactos de
alianza, de fraternidad y de amistad, llevados por un único ideal firmemente
dirigido a la realización de una nueva vida de libertad y de solidaridad
recíproca. Y han conseguido tan bien su intento, que en trescientos o
cuatrocientos años han cambiado la cara de Europa». Kropotkin no es un
romántico adulador de las ciudades libres medievales, sabe bien cuáles fueron
sus defectos y cómo no pudieron impedir que se establecieran relaciones de
explotación con las poblaciones campesinas. Pero su interpretación del proceso de
desarrollo, está revalidada por los estudiosos más modernos. Walter Ullmann,
por ejemplo, observa que «representan un ejemplo bastante claro de entidades
autogobernadas», y que «con el fin de regular sus transacciones comerciales, la
comunidad se reunía en asamblea... y la asamblea no «representaba» simplemente,
sino que ella misma era toda la comunidad.»
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